06 marzo 2007

Reflexión sobre el documental "Enganchados"

El documental “Enganchados” (o en lenguaje XAT “NganXa2”) de Documentos TV nos acerca el caso de cinco personas cuya obsesión son los nuevos medios de comunicación. Por medio de entrevistas a sus familiares, amigos de entorno y a ellos mismos, se ofrece la muestra de una obsesión y dependencia incontrolada hacia las nuevas tecnologías.

Desde las pinceladas de manifiesto Cyborg hasta los neoluditas, pasando por las corrientes más integradoras de la tecnología, el documento se construye como una reflexión hacia nuevas formas de adicción y la negligencia (en algunos casos) de su manejo constante. Se establece una analogía del uso de elementos comunicativos bidireccionales (Internet e interactividad, sistemas de chat, teléfonos móviles o juegos en red) con el uso de ciertas drogas capaces de privar al individuo de su condición racional y reflexiva. El perfil de los protagonistas del documental, se encuadra entre los dieciséis y los treinta años. La mayoría se ha sentido desplazado en algún momento de la vida, ya se por familiares o por amigos o novias. Por eso, todos ellos arguyen que los nuevos medios “proporcionan una vía de escape y sobre todo, una oportunidad para conocer a diferentes personas, poder incluso mentir [en los chats] y demás”. Todo esto, sin necesidad de entablar una conversación cara a cara. En todos los casos estamos también ante un problema de índole social, porque los progenitores desconocían total o parcialmente el conflicto gestado por sus propios hijos. La falta de atención, la desmotivación y el correspondiente gasto que genera todo vicio, fueron algunas de las claves para comprender la problemática y buscar soluciones pertinentes.

“Al principio yo pagaba las recargas del móvil, pero luego empecé a quitarle el dinero a mi madre para recargar la tarjeta”. Se puede comprobar como existe un desequilibrio generacional entre los padres y los hijos afectados. La brecha informativa entre unos y otros se resuelve en ocasiones con el argumento de “en tiempo de nuestros padres estos medios no existían”. Esta justificación autolegitimadora no deja de ser verdad, pero se pronuncia sin sentido aparente hacia el tema. Por supuesto que hoy los medios son distintos y lo serán mañana también, pero lo que la cinta muestra es la obsesión compulsiva y casi patológica del uso de estas herramientas. Porque, desde un plano puramente práctico, se puede considerar a Internet, los juegos en red o el teléfono móvil como elementos cooperantes para una comunicación más eficaz. No obstante, aquí se plantea la adicción psicológica del individuo. Esta se caracteriza por una conducta persistente y reiterada hacia el objeto que crea el vicio. Como se comentó antes, casi paralelamente a un drogadicto que repite su ceremonial hábito. Así, mediante esa adicción, la persona misma se aleja de una conducta normalizada de comportamiento: falta de ambición, respuestas agresivas, desinterés, pérdida del lenguaje en conversaciones cotidianas, adquisición de un lenguaje propio de la red o de los videojuegos... Son muchos los efectos que pueden producir este tipo de prácticas. Al final del documental, el espectador valora qué dimensiones adquiere este problema, cada vez más presente en las nuevas generaciones.

En pleno siglo XXI, nos encontramos ante una sociedad que posee mayores medios para la información pero, paradójicamente, está cada vez más desinformada. La sobrecarga de datos a la que está sometida parte de la población mundial y los gustos y preferencias, hacen que cada vez sea más difícil decidir qué es lo nos conviene. La sociedad digital nos permite adquirir una compresión única del espacio y del tiempo. Así pues, la portabilidad es una de las grandes virtudes e inventos de este último siglo, pero ¿estamos realmente preparados para el progreso tan alocado que se nos propone?

Desde mi punto de vista, estos casos son extremos y dispersos, pero dejarán de serlo cuando no veamos ni la luz del sol. Estamos ante los nuevos “enfermos digitales”, que probablemente llegarán a ser millones en cuestión de años. El hombre está bogando con la corriente del progreso, pero hay olas gigantescas que lo pueden arrollar. Y para ello, no podemos descartar el progreso, claro está, pero podemos mantenerlo paralelamente a nosotros, usando con precaución los nuevos y bendecidos brazos del saber.

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